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✒️ Escrito  uno ✒️

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Nadie.

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Detalles

La idea de este One-Shot nació en una crisis por mi depresión. Experimenté con un desarrollo de la trama algo distinto al que normalmente me he encontrado en historias sobre Uta o personajes por el estilo. ¡Recuerden que pueden solicitar un pedido! Además, me gustaría saber su opinión acerca del resultado final.

Idea propia de la autora.

3,642 palabras.

La imagen del final no me corresponde, créditos a su respectivo autor.

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La noche cubría el cielo contaminado del distrito cuatro. La ciudad se encontraba durmiendo, aunque en los barrios bajos la actividad apenas comenzaba con la salida de la luna. Las luces neón parpadeaban sobre las puertas de pasillos escondidos en callejones, mientras que clubs ilegales, prostíbulos, bares y otras actividades que solían evadir la justicia se llenaban de vida. Una chica que rozaba la mayoría de edad se paseaba por aquellas calles llenas de hombres con chaquetas y miradas lujuriosas, quienes murmuraban entre ellos al ver a la chiquilla pasar a su lado como si no tuviera miedo de la situación.

—Deberías ir con más cuidado, niña. —Se mofó un hombre con alcohol en su organismo al estar tirado en un callejón por el que pasó— A estas horas los ghouls andan sueltos, buscando su siguiente presa.

La chica hizo caso omiso a la advertencia, limitándose a mirar de reojo al hombre para continuar con su camino. Su andar era inestable, estando a punto de tropezar en más de una ocasión porque sus pies no obedecían sus deseos. Llevaba puesta ropa desgastada y una expresión que le daba el aspecto de ya estar muerta en vida.

En aquella zona la chica era bien conocida. Nadie sabía su nombre, pero no había ni uno de los residentes de la noche que no hubiera por lo menos escuchado de la rubia solitaria que se paseaba por las madrugadas sin aparente temor. Algunos contaban que era un alma en pena, otros mencionaban la posibilidad de una enfermedad mental, pero la verdad detrás de todo era que ella solo esperaba a que la muerte dejara de ser cobarde y huir de sus brazos.

Era habitual verla pasearse sin preocupación entre tierras de humanos y ghouls, pero nunca le habían visto adentrarse a las zonas de los últimos hasta esa noche en la que los mechones opacos se perdieron en una esquina que daba entrada a los edificios donde los más buscados por la CCG se escondían. Ojos curiosos y hambrientos la vigilaron desde los rincones oscuros, pero no hubo más movimiento que unos gatos callejeros peleando por comida.

La rubia se detuvo frente a una puerta con su nombre al lado. Hy Sy ArtMask Studio. Había escuchado del lugar por casualidad unas noches atrás. Según lo que sabía, aquel era un punto de reunión para ghouls en el que podían conseguir alguna de sus vistosas máscaras por las que eran identificados. Quizá si conseguía alguna y paseaba con ella puesta tendría más posibilidades de ser atacada por alguno de los dos bandos y morir en sus manos. La idea no había dejado de rondar por su cabeza desde entonces por lo que se encargó de conseguir todo el dinero que pudo a través de la venta de las sustancias ilegales que comerciaba cada vez que necesitaba, estando dispuesta a pagar todo lo que fuera necesario para cumplir con su objetivo. Ahora el problema era conseguir que el encargado aceptara su pedido.

El olor a pintura y látex la recibió, haciéndola sufrir de un leve mareo que la orilló a sujetarse de una pared. Comer solo un par de veces a la semana podía llegar a afectar más de lo que esperaba, siendo aquello lo que más detestaba de solo comer lo suficiente como para no morir tan rápido por desnutrición. La chica tomó un largo inhalo de aquel aire intoxicado, buscando relajarse para así incorporarse y tratar de disimular el dolor de cabeza que la hacía sentir como si tuviera algodón en lugar de cerebro.

Alineados a lo largo del lugar había varios pedestales que exhibían decenas de distintos modelos de máscaras. La mayoría de ellas eran espeluznantes, pero sin que alguna fuera la excepción todas poseían una técnica impecable y hasta hermosa. La joven se sentía impresionada por cada uno de los objetos, pensando que si pudiera tener la oportunidad de nacer de nuevo le hubiera encantado tener el talento para crear obras de arte tan excepcionales como esas.

—¿Puedo ayudarte con algo?

Ella ni siquiera se dio cuenta de dónde había salido, pero un joven de cabellos negros y ojos tan intimidantes como los de cualquier ghoul la miraba, estando algo jorobado para observarla a detalle. Aunque ella ni siquiera fuera consciente, él ya había escuchado hablar de la misteriosa muchacha que se paseaba sin miedo alguno por las madrugadas, así que ahora tenerla en su negocio despertaba la curiosidad del mayor.

—Eh... Yo...

—¿Vienes por un tatuaje? ¿O lo que quieres es un piercing? —preguntó el joven con tono suave, pero manteniendo aquella expresión impasible en su rostro.

—N-no, de hecho... Ni siquiera sabía que los hacías —confesó intimidada por la manera tan intensa en que su mirada la escrudiñaba—. En realidad, vine porque quiero comprar una de esas.

El dedo casi esquelético de la muchacha señaló en dirección de las máscaras, lugar en el que se posaron los ojos del hombre antes de que una extraña risa brotara de sus labios, pero que ni siquiera fue capaz de cambiar la expresión apática en su rostro.

—Ah, eso es lo que hago cuando no tengo nada interesante que hacer. Espero que no buscaras llevarte una de ellas. Pero puedo hacerte una, pero a tu medida. Tu cuerpo es pequeño y mis máscaras no quedarían en ti.

—Oh, sí. Está bien. Buscaba eso.

—Entonces ven.

El artista caminó al fondo de la tienda, siendo perseguido por la menor que debía dar hasta tres pasos por cada que él daba por las dimensiones de sus cuerpos. El azabache la hizo sentarse en un taburete alto, comenzando así a tomar medidas de las distintas partes de su rostro y cabeza.

—Soy Uta. ¿Cómo te llamas?

Tenerlo tan cerca de su rostro logró hacerla sentir un poco más viva al notar el tacto de alguien más en su piel, aunque éste fuera tan superficial y frío como el de un cadáver.

—Dareimo.

—Es un nombre particular, ¿no?

Dareimo lo miró unos segundos a sus iris rojas antes de encogerse de hombros con suavidad. Sabía a lo que se refería Uta; su nombre no era más que un juego de palabras con un solo significado: nadie. Sin alguien que se preocupara de forma genuina por ella desde que fue un recién nacido, aquel nombre era el que mejor encajaba a su naturaleza.

El hombre la miró divagar en sus pensamientos, permitiéndose así curiosear más en sus expresiones. Para él, un ghoul con tanta experiencia en el bajo mundo, era imposible no haberse percatado desde el momento en que la chica entró a su local que era una humana ya que su olor la delataba. Sin embargo, algo que la diferenciaba del resto de su raza que habían entrado a su tienda por distintos motivos en el pasado, era el hecho que no tenía un brillo de miedo en sus ojos o expresiones. Lo único que encontraba era un vacío que no parecía tener fin y que la estaba consumiendo desde dentro. Pero aquel no era su asunto al final de cuentas.

—¿Cómo quieres que sea tu máscara? —preguntó como si fuera cualquiera de sus clientes ghouls al sentarse en un taburete frente a ella para comenzar a hacer trazos en su sketchbook, teniendo pronto un boceto con la forma de su rostro.

—¿Eh? ¿Debo decirte cómo quiero que luzca?

—Eso facilitaría mi trabajo si ya tienes algo en mente. Si no tienes ninguna idea entonces yo te haré el diseño. Pero platícame de ti.

Aquello hizo palidecer a la chica, quien apretó sus labios con el corazón en su mano. Por ridícula que podría sonar aquella pregunta, la había dejado con la mente en blanco. No habituaba tener conversaciones con otros y menos cuestionarse cosas como aquella por lo que simplemente se quedó en silencio, mirando hacia el piso en silencio.

—¿No hay algún animal que te guste? ¿O una flor? Hasta algún programa infantil. Debe haber algo que sientas que te identifique. A todos nos gusta algo, eso nos hace estar vivos, ¿no crees?

Cuando Uta alzó su vista de los trazos de lápiz se topó con unas mejillas empapadas y una expresión de tristeza en el rostro de Dareimo. El azabache no era alguien muy paciente o interesado en los demás, sin embargo, trató de no meterse en más líos y simplemente poder terminar con su trabajo sin problemas.

—Si no te gusta nada entonces debes de sentir algo. Eso te debe de mantener con vida, ¿no?

—Vacío.

—Vacío será entonces.

Y sin que hubiera alguna otra palabra entre ambos por un largo rato, la chica limpió sus lágrimas en un intento de que Uta no pensara que era rara. Nunca se había cuestionado lo que él había dicho, pero en ese momento había sido como si todo tuviera sentido. Quizá la falta de sentido en su vida se debía a ese escaso sentido de pertenencia.

Los minutos pronto se volvieron en horas que ella se mantuvo sentada en silencio, mirándolo trabajar. Cada trazo parecía ser hecho con tanta precisión que a Dareimo le parecía extraño que el artista desechara todos sus trabajos. Ver a Uta dibujar se volvió hasta hipnótico para ella, encontrando fascinante la manera en cómo una idea podía aparecer en una hoja en blanco.

Usualmente los clientes de Uta solían ser muy quejumbrosos por el tiempo que duraba o en cambio, se la pasaban distrayéndolo por sus preguntas. En cambio, la humana se mantenía callada por lo que se sentía tranquilo con su compañía, aunque lamentara no poder merendar alguno de sus ojos por tenerla ahí. La rubia tendía a pasarla todo el tiempo sola o durmiendo, así que tener compañía de ese tipo la hacía sentir una calma que ni siquiera recordaba haber vivido antes. Quizá el factor en común de lo cómodos que se sentían con la presencia del otro era lo que los hizo sentir que el tiempo voló.

—Creo que tengo algo. La tendré lista en una semana, vuelve a estas horas y te la entregaré. Me pagas cuando vuelvas —indicó al levantarse de su taburete para estirarse con una expresión de pereza.

Y sin poderse negar, Dareimo asintió con timidez para así retirarse del lugar en silencio. Al subir las escaleras que la llevaban al callejón tuvo que sostenerse de una de las paredes, sintió que la invadía aquella sensación de estar siendo asesinada con lentitud por lo que tuvo que reunir fuerzas para seguir subiendo y volver al lugar que llamaba hogar. Hubiera deseado no tener que irse jamás porque la muerte le comenzó a invadir con lentitud de nuevo.

—Bueno, hice esto. ¿Está a la altura de tus expectativas?

El ghoul retiró la tela negra del pedestal frente a ella, mostrando su trabajo de esas últimas semanas. Era una máscara de la forma casi exacta de su rostro que solamente tenía color en la cuenca del ojo derecho, que parecía tener un gran abismo negro. El resto del material era blanco y tenía el fino detalle que le hacía parecer que se desquebrajaba. La herida procedía justamente del ojo y se extendía por toda la máscara, brindándole un aspecto frágil que consiguió conmover a la chica, quien acarició con delicadeza la superficie lisa.

—Jamás he visto algo tan... Hermoso.

—Eso significa que te gusta, ¿no? Entonces sí que estás viva —se mofó con suavidad el hombre—. Es lo que eres según lo que sientes. Vacío.

Dareimo sonrió con debilidad ante sus palabras, cerrando sus ojos antes de suspirar. Tenía otro asunto pendiente con el muchacho además del pago.

—Dijiste que hacías tatuaje la otra vez que vine, ¿no? —Al verlo asentir ella lo imitó—. Imagino que tus tatuajes los hiciste tú.

—La gran mayoría de ellos. ¿Te gustan? Muchas personas los encuentran repulsivos.

—Creo que... Son parte de ti. Es lo que eres de alguna manera.

—Que lista, mereces un premio —comentó el azabache.

Sin duda seguir sus bromas era algo complicado porque su expresión apática casi nunca cambiaba.

—Bueno, quiero la máscara y... También un tatuaje.

—¿Esta vez sí tienes una idea en mente?

—Sí, ya la tengo.

—Entonces muéstrame.

La rubia sacó de su bolsillo un papel arrugado y manchado con algo de sangre seca, entregándoselo al ghoul. En él se encontraba una sola escrita: una fecha que tendría lugar en tres meses exactos.

—¿Y esto?

—Quiero tatuarme eso.

—¿Solo el número?

Uta la vio dudar unos segundos antes de que uno de sus delgados dedos señalara hacia la máscara.

—¿Podrías hacerlo de forma que mi piel se viera como la máscara? Rota.

—Vale, no tengo más trabajo por hoy. ¿Dónde quieres el tatuaje?

—En mi pecho.

La ceja derecha del hombre se alzó con suavidad, pero asintió al pedirle que lo siguiera rumbo a la parte trasera de la tienda donde tenía todos sus instrumentos para tatuar. Le pidió que se quitara todo lo que estorbara para el tatuaje, haciéndola recostarse en una camilla de cuero.

Dareimo sintió el invisible toque del hombre mientras hacia el trazo sobre su piel antes de comenzar a tatuar. No hubo miradas de lujuria y ella tampoco se sintió avergonzada por la situación. Su cuerpo estaba desnutrido y la anemia le había quitado hasta el apetito sexual, estando además a un paso de ser un cadáver con vida. Pronto el dolor de la aguja la hizo aferrarse a sentirse viva mientras apretaba sus labios. Uta se tomó su tiempo hasta dejar listo su trabajo, sintiéndose satisfecho de poder levantarse y encontrarse con la imagen como si la chica hubiera sido rota por la fecha que estaba escrita en su piel.

—Está listo.

Pero el dolor había sido más de lo que había podido soportar la muchacha, quien ahora estaba inconsciente sobre la camilla. Uta suspiró al cubrirla con su ropa, mirando la hora. Tenía entregas ese día y no podía demorarse mucho. Ella tendría que despertar tarde o temprano, así que la dejó en ese lugar el resto de la jornada mientras ghouls de todo tipo entraban y salían del local, dedicándole una mirada extraña ya que todos se habían percatado del olor de una humana en el lugar y del rumor que la rubia misteriosa había ido a visitarlo.

Cuando la noche cayó, Dareimo despertó lamentando seguir con vida. En el umbral de la puerta unos ojos rojos la observaban con seriedad, haciéndola sentir una mezcla de emociones que la marearon.

—Lo siento, no quería molestarte.

—Te desmayaste. Preferí no moverte. Deberías comer más o pasará más seguido.

La rubia se colocó la blusa y chaqueta que usaba normalmente, suspirando ante las palabras del mayor.

—No importa. En tres meses estaré muerta.

—¿Enferma terminal?

—No, me suicidaré si es que no muero antes —contestó sin reparos.

—¿Odias tu vida o algo así?

—Ni siquiera he tenido una de verdad. Llevo años tratando de morir, solo conseguiría encarar a la desgraciada que sigue huyendo de mí. Estoy cansada y quiero que esto acabe de una vez. Digamos que... Esta será mi fecha de expiración.

—Eres inusual —comentó el azabache, curioso de la situación—. Si tanto te apetece morir deberías entonces solo salir una noche a solas y esperar a que te coma un ghoul. Hay muchos por todas partes.

—Llevo años intentándolo y simplemente no funciona. Supongo que hasta los ghoul huyen de mí. De hecho, pensé que me matarías si venía, pero no lo logré. ¿Tan poco apetitosa me veo?

—¿Crees que soy un ghoul?

—Todo el mundo lo dice.

—Muchos creen que estás loca.

—Y quizás lo esté.

En los labios de Uta apareció una débil sonrisa al verla, encontrando extremadamente interesante la situación.

—¿Y eso era lo que realmente esperabas de mí?

—En parte. También quería una máscara tuya. Son hermosas.

—¿Y no te hace vomitar el olor? Muchos dicen que es asqueroso. En lo personal me gusta —comentó el chico antes de darse media vuelta para ir rumbo a su frigorífico para sacar un ojo, no encontrando razón para ocultarlo si ella ya lo sabía.

Dareimo lo siguió, mirándolo desde atrás, sintiendo una mezcla de sentimientos al verlo sacar un frasco lleno de ojos que comenzó a comer como si fuera papitas.

—No. Me marea un poco, pero me gusta. Tienes cosas interesantes aquí. Además, me gustó verte dibujar. Nunca paso el tiempo con alguien y creo que no estuvo nada mal.

Después de darle vueltas al tema unos momentos, Uta limpió el rastro de sangre que se deslizó de sus labios para mirar a la chica con una idea en mente.

—Ven siempre que quieras. Podrás verme dibujar o simplemente intoxicarte con esto. Hay ghouls todo el tiempo, quizá alguno te mate en un descuido.

Los ojos de la rubia se iluminaron, siendo aquel ofrecimiento algo especial y casi hasta sagrado para ella.

—¿De verdad podría venir?

—Déjame tatuarte algunas ideas que tengo y págame así.

—De acuerdo.

Y así las semanas comenzaron a salir. Al principio la chica solo iba un par de veces a la semana por temor a que el chico la sacara del local, pero al ver que a él ni siquiera le importaba pronto comenzó a asistir casi a diario para hacerle compañía al artista que solía hablar poco, pero crear más de lo que ella jamás se hubiera imaginado.

Dareimo vio entrar por la puerta todo tipo de sujetos. Desde jóvenes hasta niños pequeños, delgados, altos, bajos, ricos, pobres, tranquilos o sanguinarios, todos parecían ver al azabache como al artista por excelencia en la confección de máscaras. La chica aprendió sobre los ghouls por simplemente quedarse en un rincón oscuro a escuchar y observar, descubriendo toda la política que conllevaba su peculiar civilización en la que el estudio parecía ser una tierra neutra.

Todos habían deducido que la rubia se había vuelto en la mascota de Uta, quien nunca mencionaba nada de ella. En cada visita ella aparecía con nuevos grabados en su piel y su aspecto parecía más enfermo y débil, pero, aunque la muerte estaba cada vez más cerca de ella, sus ojos brillaban más de lo que nunca lo habían hecho.

—¿Has cambiado de opinión? —le preguntó una noche Uta, poco más de dos meses después de que habían hecho aquel trato—. Pareces una persona distinta.

—¿Hablas sobre el tatuaje? —musitó la chica al estar recibiendo uno nuevo en la parte interior de su muñeca—. No. Cada vez siento más ganas de que llegue la fecha. Aunque me decepciona que ni siquiera estando aquí a alguien le ha interesado comerme.

—Bueno, los ghouls son complicados.

—E interesantes —agregó ella—. He aprendido mucho en este tiempo. Si hubiera podido elegir me hubiera gustado nacer ghoul.

Aquel comentario le pareció extraño al hombre, pero no comentó nada al respecto al continuar con su trabajo.

—Uta, ¿puedo pedirte algo?

—Depende, si es dinero entonces no tengo.

Aquella broma la hizo reír al negar, esperando hasta que Uta acabara para así mirarlo a los ojos muy seriamente.

—El día que me muera, ¿te comerías mis ojos?

—¿Eh? ¿Y por qué tus ojos?

—Porque te gusta comer ojos, ¿no? Una vez dijiste que tenía ojos distintos porque son azules. Me voy a morir, no importa lo mucho que me cueste. Por eso quisiera que por lo menos te comieras mis ojos.

—Quizá si estás loca.

—Ya te lo había dicho —comentó con una sonrisa débil—. Pero hablo en serio. Nunca he pertenecido a ningún sitio, ni siquiera aquí porque no soy una ghoul. Pero si muero y me comes entonces por fin formaré parte de algo. Además, morir y podrirme por los gusanos no suena muy interesante. Mejor que me haya comido un ghoul, un amigo. ¿Qué dices?

Uta la observó en silencio antes de finalmente asentir, soltando un suave suspiro.

—Si es tu última voluntad entonces está bien. ¿Cómo lo harás?

—Aún no me decido. Pero te lo diré la última vez que nos veamos.

Y con esa promesa Dareimo se esfumó junto a la noche, dejando un extraño sabor a los ojos que comía Uta ese día.

Aquel mes terminó y los cerezos comenzaron a florecer. Ese día había sido uno tranquilo en la tienda de máscaras y antes de irse Dareimo le había dado un largo abrazo y una débil sonrisa. Su mirada reflejaba que ella se sentía plena, casi en paz. Por eso cuando abrió la nota que había encontrado en su escritorio supo que era el final de todo al encontrarse con una dirección y una hora.

En el acantilado de la muerte, como lo llamaban los ghouls ya que era un sitio que suicidas concurrían para quitarse la vida en la carretera y donde ellos podían alimentarse sin necesidad de matar, Uta miró hacia arriba encontrándose con una delgada silueta balanceándose en el borde. Desde el fondo era imposible deducir lo que pasó por sus pensamientos en los últimos momentos de su vida, pero cuando el chico se acercó al cadáver que se había roto la columna y cráneo por la caída, se encontró con una expresión de tranquilidad. Sin dudas la rubia no se había arrepentido de su decisión, inclusive en el instante antes de golpearse contra el piso.

Uta la cargó de vuelta al local, no teniendo problema alguno ya que, con lo liviano de su cuerpo, parecía que solo llevaba el peso de la ropa. En la intimidad de su estudio, con la puerta cerrada con llave se encargó de cumplir la última voluntad de la chica. Retiró los zafiros opacos con delicadeza y, admirando una última vez el mapa de su cuerpo, dio una profunda mordida en el centro del esquelético pecho de la muchacha, arrancando entre sus dientes la tinta con el primer tatuaje de la chica.

Dareimo se había convertido en parte de algo más, aunque solo lo consiguió hasta que llegó el momento de su muerte.

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